Monday, November 27, 2006

La leyenda de Blaorith. Capítulo 3, parte 1: un nuevo hogar (continuación)

Bueno, continúo con lo de ayer, que hoy son horas decentes :)


Los guardias apresaron a Blaorith y al drow que le había pedido la espada en la entrada. Llevaron a ambos hacia los niveles superiores de la casa. Conforme ascendían en altura su entorno ascendía asimismo en lujo; cuando llegaron al que se suponía era el último nivel los dos cautivos no podían menos que admirar cuanto los rodeaba. Numerosas estatuas vigilaban el pasillo, alimentadas por alguna fuente de calor que provocaba que brillasen ante la infravisión de los drows. Dicho pasillo parecía más bien el dormitorio de un rey: el suelo estaba tapizado con una mullida alfombra y las paredes en lugar de ser de piedra eran un gran mosaico: de nuevo el truco del calor que tenían las estatuas, con la diferencia de que aquí el calor no era constante y daba la impresión de imágenes en movimiento. Se estaba representando una escena que Blaorith logró ubicar gracias a las lecturas de su infancia: Lolth, la Reina Araña, alimentando a una hueste de canes infernales con miembros de Elfos de la superficie. La llamada Afrenta de Lolth, de la cual no se sabía si era leyenda o realidad. Sin embargo parecía tan vívida que se podría pensar que las bestias saltarían sobre uno.

Salió de su estupor cuando llegaron a una sala donde tan sólo aguardaban tres personas a simple vista. Los guardias los rodearon apuntándoles con sus armas a los puntos vitales y evitaron mirar a los que ya se encontraban en la estancia. Allí estaba Miradir junto a dos elfas que no reconoció. La más joven despertó el interés de Blaorith y al momento surgieron en él deseos puramente instintivos. Fue la otra quien le habló.

- Guerrero, acabo de comprarte y ya has causado problemas. Estúpido macho.

- Mi nombre es Blaorith mi señora. - dijo mirándola directamente a los ojos.

La situación se volvió tensa tras esta respuesta. Los guardias aferraron con más fuerza sus armas mientras en la boca de Miradir se dibujaba una sonrisa de triunfo.

- Trataremos primero el asunto del otro cautivo. - continuó la drow obviando el comentario - Has sido acusado de intentar asesinar a mi última adquisición. Por ello se te condena a muerte, aunque no vamos a torturarte. Miradir, que sea doloroso.

- Si madre.

El preso trató de objetar algo hacia el mago, pero al momento un pequeño dardo salió de las manos de Miradir y se clavó en la garganta del susodicho. El dardo comenzó a expulsar ácido y la réplica del cautivo se convirtió primero en un gorgoteo y luego en ruido sibilante antes de que cayese al suelo inerte. Dos de los guardias retiraron el cuerpo. Ahora sólo quedaba Blaorith. De nuevo la que adivinó era la matriarca habló.

- Ahora Miradir discúlpate.

A regañadientes el mago se dirigió al sorprendido Blaorith:

- Tenía que haberte llevado a las barracas de la guardia de élite, no al lugar al que te llevé. Me equivoqué y te pido disculpas. Espero que las aceptes.

La atención de todos se centró en la respuesta del preso.

- No te preocupes, todos cometemos errores. Sólo espero que tu madre me perdone si algún día me equivoco yo - dijo con una sonrisa.

La mirada de odio que arrancó del mago sólo era comparable en intensidad al regocijo que mostró la elfa que llamara su atención en un primer momento. La matriarca habló de nuevo.

- Bien, estúpido macho. A partir de ahora te dirigirás a mí como Mi Matrona Madia Mosi'er. Nunca se te ocurra hablarme si yo no te lo ordeno, y nunca se te ocurra mirarme si yo no te lo ordeno. Eres un arma más a mi servicio, y como tal no tienes ningún derecho, no tienes vida, tu vida me pertenece. Si se te ocurre hacerme una afrenta en otra ocasión me encargaré de que tu castigo sea duro de verdad. - se dirigió a la drow que se encontraba a su izquierda - Maridik, dispénsale una semana de tortura.


Los siguientes días fueron realmente dolorosos para Blaorith. La elfa conocía muchas formas de tortura, pero no llegaba a producirle daños irreparables. Todos los días tenía cinco horas de exhaustiva tortura por manos de Maridik. Sin embargo nunca llegó a desmayarse o emitir una sola queja; ante las tenazas respondía con bufidos, al ácido respondía gruñendo y ante el fuego simplemente se limitaba a sonreir. Escuchó más de una vez de labios de su inquisidora "Descubriré tu secreto".

Finalmente estas penalidades tocaron a su fin; el castigo había terminado. Maridik soltó las cadenas que lo mantenían aferrado a la pared de aquella sala de torturas y Blaorith cayó al suelo. Escuchó cómo la elfa entonaba un salmo y sintió cómo su cuerpo recuperaba el vigor. Se levantó y la observó, aquella hembra que lo había torturado durante una semana y que ahora estaba al alcance de su mano. Rapidamente la agarró del cuello y la empujó contra la pared, al tiempo que le advertía.

- Un solo movimiento de tus manos o una sola sílaba arcana de tu boca, y te parto el cuello. No dudes que puedo hacerlo. ¿Sabías que yo también sé algo sobre torturas? No sé donde lo aprendí, pero te aseguro que funcionan. Tus caricias no serán comparables al tormento que vas a sufrir ahora.

- Estúpido, soy la hija de la matrona.

Blaorith se quedó helado. No era una buena manera de ganarse el respeto de su nueva matriarca torturar a su hija. Cayó en la cuenta de que se parecían fisicamente, y se maldijo por haber permitido que los últimos días nublasen su juicio. La soltó mientras pensaba en una disculpa; sin embargo no tuvo tiempo suficiente ya que en el momento en que la presión cedió la elfa se abalanzó sobre él con una fuerza propia de un gran guerrero, mientras lo zancadilleaba para tirarlo al suelo. Su siguiente movimiento fue arrollador: lo besó con tal lascivia que Blaorith soñaría con ese momento durante muchas noches. La rabia que había sentido la última semana se tornó en líbido; sin embargo no se dejaría ganar. Estrechándola con sus brazos se la quitó de encima y se situó sobre ella.


Una hora más tarde ambos se encontraban apoyados contra la pared. La cabeza de Maridik descansaba en el hombro del drow, mientras que su mano le acariciaba el pecho.

- Tú y yo llegaremos lejos juntos. Tú y yo, Blaorith.


Vale, qué pasa. Tenía que matar a alguien, si no no me quedaba a gusto. Y el pobre Blaorith llevaba muchísimo tiempo sin sexo, el pobre se lo merecía :). Prometo intentar no matar a nadie en los próximos episodios :).

La leyenda de Blaorith. Capítulo 3, parte 1: un nuevo hogar

Miradir se encontraba en la llamada "Sala de Transferencias" de las mansión Mosi'er. Este lugar estaba especialmente acondicionado para convocar puertas dimensionales; numerosas runas titilaban en las paredes de la estancia. Estaba esperando a que Blaorith saliese por la puerta dimensional. Este representaba todo lo que el drow odiaba más profundamente: era un poderoso guerrero, tenía algún truco para escapar de los ataques mágicos (al menos de las bolas de fuego), y lo que era más importante, podría suponer un problema para su ascensión en la familia. Ya tenía suficiente con que todas sus hermanas y alguno de sus hermanos lo superase en posición; no estaba dispuesto a permitir que un recién llegado usurpase su puesto. Lo mataría. Tendría que esperar unos meses, quizás un par de años; su madre había pagado una cuantiosa suma por Blaorith y él sería castigado si le pasaba algo. Pero lo mataría.


En ese momento Blaorith salió de la puerta dimensional. No parecía mareado en absoluto. "¿Tendrá algún tipo de preparación arcana?", se preguntó Miradir. A pesar de que le picaba la curiosidad no entablaría conversación con aquel drow despreciable. Ya tendría tiempo para investigarlo.

- Sígueme.

Blaorith trataba de memorizar todos los pasillos y giros que dieron antes de alcanzar su destino; le extrañó ver a muy pocas personas. Sin embargo el lugar era lo suficientemente grande como para que se perdiese un explorador experto. Decidió que tampoco le importaba mucho esa zona, al parecer era un ala de la mansión dedicada a la magia. Tras dejarla atrás llegaron a otra donde los pasillos eran amplios y llenos de habitaciones. Se cruzaron aquí con mucha gente, pocos fueron los que no le dedicaron una mirada cargada de odio. "Vaya, parece que supongo una amenaza". Decidió sonreirles a todos aquellos con los que se cruzara.

Finalmente llegaron a una habitación. Miradir se dirigió a él:

- Este será tu dormitorio. Encontrarás tus pertenencias en el arcón. Dentro de una hora vendrán a buscarte para que tengas una audiencia con mi madre. Aséate, hueles a orco. Y no se te ocurra salir de las barracas. Tu lugar es este, y tu presencia sin permiso en cualquier otro lugar de nuestra casa será castigada.

Tras esto el drow se dio la vuelta y se marchó, no sin escupir entre dientes la palabra "bastardo" una vez más. Blaorith observó la habitación con más detenimiento. Disponía de un arcón, un armario y una cama. No había sitio donde asearse y ello le extrañó; pero recordó que no se encontraba en su antigua casa, donde era el primogénito de la matriarca con unos aposentos llenos de comodidades, sino que estaba en una casa desconocida donde no sabía cual era su posición; aunque imaginaba que sería un soldado raso. La llave de la habitación se encontraba en la cerradura; la cogió para llevarla consigo, aunque bien sabía que cualquiera podría forzar esa simple puerta. Salió de la habitación, preguntándose cómo haría para encontrar los baños; ninguno de los drows que había visto querría ayudarle, o eso suponía; no parecía caerles bien. Para su sorpresa apareció un goblin correteando por el pasillo y se situó delante de él, con la cabeza gacha. Un goblin para guiarlo, al parecer Miradir quería humillarlo.

- Quiero saber dónde están los baños.

- Seguro, señor. Baños aquí. Seguir a Jomir.

El goblin lo guio por los pasillos; llegaron a su destino muy rápido, estaba bastante cerca. Jomir permaneció con la cabeza gacha delante de la puerta.

- Vete.

- Sí señor - dicho esto se marchó correteando de nuevo, con la esperanza de salir de las barracas antes de que a alguno de los soldados se le ocurriese que sería divertido torturar a un goblin. Odiaba tener que entrar en la casa, era un peligro constante.

Blaorith se dirigió al lugar donde le había indicado. En la puerta un drow le impidió el paso.

- Está prohibido entrar con armas. Deja esacosa aquí.

No eran baños individuales. Lamentó tener que dejar su espadón en la entrada; sabía lo fácil que era encontrar la muerte en esos sitios. Pero las normas eran las normas, y además quería agradar a su nueva matrona, no le gustaría estar de nuevo sin casa. Entró y comenzó a asearse.

Pasados unos minutos entraron tres drows. No se molestó en saludarlos, por sus miradas ceñudas sabía que no tendría respuesta su gesto. Y por las armas que llevaban colgadas en el cinturón sabía que había sido engañado. Desechó la idea de pedir ayuda, no esperaba que nadie acudiese. Observó las "armas" que podría usar para defenderse. Una tina con agua, una pastilla de jabón y una esponja empapada. Deseó que el único que lo había engañado hubiese sido el drow de la entrada, que le pidiera el arma, y que estos realmente se encontrasen allí para asearse también. Dos de ellos se situaron en las tinas que había a sus lados, mientras el tercero se situaba en la de su espalda. No podía ser una casualidad.

Blaorith no destacaba por su buen temperamento ni su paciencia. Así que decidió actuar primero. Si se había equivocado en su juicio respecto a los drows, peor para ellos. Sin mediar palabra dio un fuerte golpe con su puño izquierdo al que estaba a su derecha; completó el giro y lanzó la pastilla de jabón que tenía en su otra mano a los genitales del que se había puesto a su izquierda. No podría haber salido mejor; el primero se desplomó en el suelo inconsciente mientras que el segundo de cayó con sus manos en la entrepierna. Rapidamente arrebató la espada del drow que había caído a su lado, y se giró a tiempo para bloquear la acometida del tercero. No era rival para Blaorith, así que tras un breve escarceo consiguió arrebatarle el arma y colocó la suya propia en el cuello del desafortunado elfo.

- Vaya, tengo la impresión de que queríais emboscarme.

Antes de que le contestase entraron a la estancia seis drows armados con picas. No llevaban el atuendo vulgar de sus atacantes, sino que sus armaduras parecían confeccionadas todas a medida, y viéndolas podría afirmar que cualquier enano herrero se habría sentido orgulloso de forjarlas. Se dirigieron a él.

- Tira el arma, estáis todos arrestados.

Blaorith contestó.

- De acuerdo, la tiro. - dirigiéndose ahora al drow al que mantenía acorralado continuó - Pero no me gusta dejar a mis enemigos vivos.

Dicho esto lo atravesó y soltó su arma, que continuó clavada en la garganta de su desafortunado adversario.


Puff, mañana más, que se me hace tarde. Tenía pensado seguir escribiendo esta parte, pero me dieron las mil y mañana quería madrugar un poquito :P.

Saturday, November 25, 2006

La Toma de K'urzhal: En el Búnker

Llevaban unos 900 días recluídos en la instalación. Algún anciano había muerto, pero la mayoría de los que se habían refugiado allí por motivo de la invasión Zerg continuaban con vida. Gracias a la alimentación sintética pero cuidadosamente escogida, un elevadísimo porcentaje de los niños que se refugiaban allí habían crecido muchísimo. Unido a los meticulosos horarios, que incluían una formación física igual o mayor que la intelectual, se había conseguido una generación poco menos que privilegiada.

Myke destacaba en ese porcentaje. Él también había crecido muchísimo, pero había dejado atrás a la mayoría de sus compañeros: si la altura media rondaba el 1'90, él medía casi 2 metros. Y si sus compañeros tenían la musculatura de jóvenes 3 ó 4 años mayores, él parecía un atleta profesional. En lo académico ya no destacaba, aunque tampoco se había vuelto tonto. Simplemente, aquello había dejado de interesarle.

Había meditado ya en varias ocasiones acerca de los peligros que tendría salir a la superficie. Claro está, aquello era una utopía. La salida del búnker se manejaba automáticamente y para su apertura, dos condiciones tenían que combinarse: no se debería detectar radiación fuera, en un grado dañino, y dos claves que dos (no se sabía cuáles) de los ancianos llevaban, tendrían que ser introducidas. Sin embargo, aquél era su sueño.

En su mente, se imaginaba apareciendo en el exterior, contemplando los restos de su civilización hecha cenizas, y abriéndose camino hasta llegar allá donde estuviera el causante de todo aquello. Una vez alcanzado ese "culpable" anónimo, la palabra venganza se le antojaba insuficiente para reflejar todo aquello que planeaba hacerle. Claro está, ni en el más remoto de sus pensamientos pretendía asociar un rostro, incluso una especie, a aquel concepto de culpable.

La vida no era sencilla en el búnker. Aunque se trataba de unas enormes instalaciones, hasta la persona con más autocontrol experimentaba accesos de cólera, o enormes depresiones. Myke también experimentó eso: tras unas cuantas semanas malhumorado sin saber muy bien el motivo, y sin que ni siquiera duplicar su esfuerzo en las sesiones de ejercicio físico pudiera calmarlo, acabó pasando lo que tenía que pasar: una simple mala mirada, por parte de un compañero de barracas, y Myke se lió a puñetazos.

Nadie, en su sano juicio, se habría metido con él, pero si no hubieran aparecido 4 de los más fuertes de sus compañeros, el desafortunado que lo miró mal habría acabado hecho picadillo. Myke había perdido el control por completo.
Las 3 siguientes semanas las pasó recluído, en unos espacios habilitados a tal efecto. Básicamente fue el mismo tiempo que necesitó "su víctima" para recuperarse de la paliza. Meses más tarde, el mismo año, y mientras entrenaba con un saco de boxeo, tuvo otro acceso de cólera, y tuvieron que retirarlo también, con los nudillos ensangrentados, las manos insensibles, y el saco hecho trizas.

Pronto los ancianos se dieron cuenta de su grande - pero peligroso - potencial. Aunque las normas, en la superficie, prohibían la experimentación con humanos, tras una larga reunión del Consejo de Ancianos, se tomó una decisión.
Intentarían convertirlo en un fantasma.