La toma de K'urzhal: Parte 1
Rescatado directamente de mi blog:
Llevaban disparando tantas horas que apenas sentían las manos. El grito de “munición” era tan frecuente a su alrededor, que los artilleros simplemente tenían que recorrer la trinchera una y otra vez, dejando cartuchos al lado de cada unidad. Horas disparando, incontables horas, y todavía no habían sufrido ni una baja. Sin embargo, habían matado cientos, o incluso miles, de zerlings. Pero aquello no tenía fin.
Era muy importante que cada uno de los soldados de la trinchera cumpliera perfectamente su trabajo: con tal de que uno solo dejase de disparar, o incluso con que sólo bajara el ritmo, la Colmena lo sabría, y el enemigo abriría una brecha en sus líneas. Por ahora todo estaba funcionando: los marines seguían disparando, estimulados por la adrenalina que fluía por su organismo, que los mantenía disparando mientras dañaba cada vez más sus corazones, e incluso su cerebro. Los médicos, que recorrían tanto o más la trinchera que los artilleros, lo sabían, y trataban por todos los medios de mitigar ese daño que sabían irreparable. Pero nadie dudaba de la necesidad de ese sacrificio.
En otro lugar, la Supermente analizaba la información que le llegaba. Sus razonamientos no se asemejaban en nada a los pensamientos humanos: consistían mayoritariamente en imágenes, más o menos inconexas, que representaban la batalla, la trinchera, y la enorme cantidad de zerlings, sujetos a la voluntad de la Colmena, que estaban siendo enviados a desgastar a los Terran. El más capacitado de los humanos, si pudiera compartir el conocimiento de la Supermente Zerg, se volvería loco al instante, tal era la velocidad de la información que procesaba. Cada uno de los sentimientos individuales de cada zerling enviado a morir era analizado por la Supermente, en busca de la pista que permitiera abrir una brecha, e invadir K'urzhal. ¡Había tanques! La Supermente se dio cuenta de eso de un modo instintivo, casi inmediato, en el momento que percibió la muerte simultánea de varias de sus crías. En ese momento, dirigió su voluntad hacia unos seres que esperaban sus órdenes. Y varios centenares de guardianes y lurkers comenzaron a tomar posiciones tras los zerlings.
La trinchera estaba cada vez más agotada, y recibió la llegada de los tanques como una bendición del cielo: por primera vez en varias horas los marines empezaron a disminuir el ritmo de sus ráfagas, lo que permitió también a médicos y artilleros descansar mínimamente: los zerlings seguían llegando, y habían contestado a la aparición de los tanques con un incremento en su ya endiablada velocidad. Pero la situación estaba mejor que antes, por más que distaba mucho de ser favorable.
La noche caía, y los tanques se guiaban ahora por enormes focos dirigidos al campo de batalla. De nuevo los marines tuvieron que esforzarse al máximo: aun con los focos, la visibilidad era mala, y no podían permitirse ningún susto. Entonces, empezó a pasar....
El suelo se abrió, y varios de los marines y un tanque fueron atravesados por alguna clase de aguijón o espina. Era zerg, pero ninguno de los presentes sabía qué era. Un tanque disparó al punto donde aquella cosa había aniquilado a los marines, pero lejos de conseguir nada, hirió gravemente a los soldados llegados a cubrir a su compañero caído, obligando a los médicos a emplearse al límite. Y para acabar de complicar la situación, uno a uno, los focos fueron destruidos. Al mismo tiempo que la oscuridad cubría la trinchera – exceptuando las débiles linternas acopladas a los fusiles de asalto –, la enorme masa zerling pareció desaparecer. Todo quedó en silencio, salvando el débil murmullo de los marines. Si el miedo fuese un olor, en aquel momento aquello apestaría.
Toda la Colmena recibió el mismo estímulo, y cada miembro liberó sustancias químicas que le hizo alcanzar un estado próximo a la euforia. La Supermente estaba haciendo su particular regalo a las crías que ahora desempeñarían un importante papel. A continuación transmitió varias imágenes a toda la Colmena: en la primera secuencia, se veía un hidralisco en una especie de jaula, sobre el que se abría fuego sin piedad, reduciéndolo a una masa viscosa y humeante. Percibió una sensación de odio de cada una de sus crías, y les transmitió la siguiente secuencia de imágenes. Eran marines heridos, mutilados, descuartizados, con expresiones de intenso dolor y terror. La Colmena quería sangre, y la Supermente había sabido crear el estado de ánimo necesario para el asalto final. A su deseo, el episodio aislado en el que el lurker – puesto que había sido un lurker – había matado a varios marines y destruido un tanque, se reproduciría a lo largo de la trinchera, convirtiéndose en la agonía de la última línea de defensa de K'urzhal. Desconectando su mente de la Colmena lo suficiente como para no transmitir sus sensaciones, pero sin por ello desligar a sus crías de su voluntad, una imagen, y una sensación próxima al miedo pasó por la Supermente: el aire, donde todavía era vulnerable la Colmena.
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